Conquistan el Cerro de Barrabas

El Cerro del Campo, como también le llaman, sirvió de refugio a Vicente Guerrero en la Guerra de Independencia  


La temprana partida de cinco montañistas de Huetamo rumbo a Zirándaro, Guerrero, para cruzar el Río Balsas en barco de madero y seguir su ruta rumbo a la Presa de La Calera, con el firme propósito de escalar el legendario Cerro de Barrabás, fue toda una odisea que culminó con la conquista de la cumbre de lo que otros llaman «la Masada de la Tierra Caliente».

La tarea fue en realidad un proyecto de amigos que sólo buscaba conocer el perfil natural del Cerro del Campo, o de Barrabás, ligado a la Guerra de Independencia, donde cruzó Morelos, primero con sus mulas de arriero, y después con sus contingentes militares. Tras la muerte del cura de Carácuaro, esa gigantesca mole de tierra y rocas sirvió de refugio por nueve años al general Vicente Guerrero.

Después de la consumación de la Independencia, y la llegada de Maximiliano y Carlota a México en busca de un sueño imposible, la magia de la citada montaña atrajo al general Vicente Riva Palacio, nieto de Guerrero y embelesado por sus inexpugnables cumbres, hizo de sus fortificaciones un punto donde las fuerzas francesas fracasaron una y otra vez, al grado que Riva Palacio escribió su novela Calvario y Tabor inspirado en ella al dedicarle un capítulo titulado «El Cerro de Barrabás».

Ninguno de los montañistas que atacó la cumbre, Salvador Ugarte Reyna y sus hijos Aldo y Salvador, además de Enrique Estrada Soto y Francisco Osorio Santana, imaginaron lo que les esperaba.

Después de seis horas de ascenso, por caminos repletos de espinas y cardos, empinadas cumbres, riscos profundos y dejar atrás la vegetación de cueramos, espinos y cirianes, los expedicionarios que llevaron a Cambio en su recorrido observaron un monte de encinos y un clima fresco.

El guía, Enrique Pineda Arellano, de la comunidad de El Chivo, sabía en realidad que la tarea era por demás complicada y escabrosa, pero con gran voluntad llevó al grupo hasta la cima de la montaña, no sin antes alcanzar un impresionante desfiladero cubierto de palmas y otates, único paso que casi 200 años atrás sirviera de fortificación natural, asì como de varias paredes y repechotes levantados por la mano del hombre, lo que impedía el paso del enemigo.

En la novela del Calvario y Tabor, Vicente Riva Palacio describe ese sitio de la siguiente manera: «En medio de aquel cerro habìa una especie de barranca profundísima; pero estrecha, estrecha casi hasta no permitir en algunos puntos la entrada de algún hombre, y cortada perpendicularmente a pico, como si el cerro se hubiera dividido como puede dividirse una esfera de cristal».

Tras presenciar la zona fortificada, hay que subir la escarpada cuesta que metros adelante se yergue imponente con su meseta que semeja un aeropuerto, y lo que muestra la vista al visitante no tiene comparación, ya que la mirada se desparrama hasta puntos lejanos como Arcelia, Tlapehuala, Altamirano y Coyuca al sur, mientras que de frente se aprecia Zirándaro, más allá Huetamo, Carácuaro, Nocupétaro, Tuzantla, Turicato, Tacámbaro, el cerro de la Mariana, Picos de Cucha y en un remoto punto el Nevado de Toluca, espectáculo que si de día es arrobador, de noche es algo más que magia y ensueño.

Allá arriba la vida es diferente, el clima fresco, la naturaleza benigna, las laderas tienen encinos, cañuelas y árnica, una planta que es altamente perseguida por los herbolarios que la venden a precio de oro, dadas sus enormes cualidades curativas.

También hay pantanos y animales de uña, a grado tal que los tejones y armadillos prácticamente nos robaron la comida, luego de que por la noche nuestro guía nos acomodó debajo de una roca de cientos de toneladas, pero socavada como refugio de cazadores y aventureros que arriban a ese punto.

Para el grupo fue una noche de desvelo, de ruidos extraños, aullidos de bestias salvajes, de contar historias siniestras al pie de una fogata que ardió toda la noche, so pena de que una culebra los visitara, y como artilugio especial, de una noche cerrada y con luna, de pronto aparecieron las estrellas y el canto del búho desapareció, lo que permitió que algunos lograran dormir unas horas.

Al amanecer se divisaban lejanos picachos desde el Estado de México y Michoacán y de esta forma los huetamenses se enfilaron cuesta abajo, hasta llegar a la comunidad de La Mesa, donde los lugareños guardan vestigios históricos como balas de cañón, metates, vasijas de barro, armas viejas y los infaltables cuentos de tesoros escondidos y ánimas en pena y de ahí hasta Huetamo más muertos que vivos, por el cansancio.

que tal compañero, muy buena historia!! gracias por el aporte

Te felicito por la redacción del relato, realmente muy bueno!